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El periódico The New York Times sugirió que Sergei Skripal podría haber colaborado con la inteligencia española. Se sabe que Alexander Litvinenko iba a dar un testimonio como testigo protegido para algunos casos de la «mafia rusa» en España, pero fue envenenado poco antes que fuera tomada una tal declaración. The Insider cita el contenido de una reunión preliminar de agentes españoles con Litvinenko que tuvo lugar el 1 de julio de 2006. Sobre esto se cuenta en el libro de los periodistas españoles Pablo Muñoz y Cruz Morcillo: La palabra de vor, las mafias rusas en España ( Madrid, 2010).El mundo había asistido con horror a ha espantosa agonía y muerte de Alexander Litvinenko, ex espía ruso refugiado en Gran Bretaña que en la última etapa de su vida había decidido desvelar las íntimas conexiones entre autoridades de su país y las mafias, hasta el punto de que unas y otras habían alcanzado tal grado de dependencia que su auge o caída estarían unidas para siempre. Litvinenko, que era teniente coronel del FSB cuan­do decidió dar el portazo y denunciar en rueda de prensa que sus jefes le habían ordenado matar al oligarca Boris Berezovski, sabía que había fir­mado su sentencia de muerte y así se lo decía a todo aquel que le quisiera escuchar. Estaba en lo cierto; entre mediados de octubre y principios de noviembre de 2006 fue envenenado. Solo la fortaleza de la víctima, que sobrevivió durante tres semanas en contra de lo que esperaban los asesinos, permitió ¡i los médicos detectar la sustancia empleada, Los indicios de momento solo eso, indicios, aunque sólidos— apuntan a que el .mloi material habría sido Andréi Lugovói, ex KGB y hoy respetable diputado del Partido Liberal de Zhirinovski en la Duma.En España el caso fue seguido con el interés que despiertan las películas de espías, pero nadie imaginaba que Litvinenko había colaborado i on los encargados de la lucha contra la mafia rusa en nuestro país. En julio, solo tres meses antes de que fuera envenenado, se había reunido con varios agentes en un hotel de una capital europea. El número uno de la mafia georgiana, Zakhar Kalashov, acababa de ser detenido en los Emiratos Arabes Unidos gracias a la Policía española, y ya estaba encarcelado en Soto del Real. Ese éxito había causado impacto en los servicios de Información e Inteligencia de medio mundo, que se interesaban por cómo se había podido atrapar a alguien que jamás dejaba cabos sueltos.

Zakhar Kalashov

En este contexto surgió la posibilidad de mantener un encuentro con Alexander Litvinenko, que también mostró una buena disposición para que se produjera; con todo, la organización de la cita no fue sencilla. El país donde se iba a celebrar tenía que preparar un minucioso plan de seguridad y además había que contar con otro detalle, no menor: uno de sus agentes asistiría a la entrevista. Solucionados todos los problemas de logística, el í ele julio el ex espía entraba en un salón reservado de un hotel. Tenía aspecto de deportista, estaba sonriente y se mostraba amable. Los que se sentaban al otro lado de la mesa se mantenían serios: «Era un ex espía y había cometido crímenes. Además, trabajaba para Berezovski, de quien conocíamos su trayectoria, sus amistades peligrosas y cómo había llegado adonde estaba. Nuestra posición no era mantener una char­la amigable con él, sino someterle a un interrogatorio», aclara uno de los presentes.—Lo primero que les tengo que decir es que hasta mi salida formé parte de un grupo de asesinos del FSB, que actuábamos en Chechenia y allí donde se nos pidiese. Recibimos órdenes, y las cumplimos, de matar, de torturar, de enterrar a gente viva... La última instrucción que me dieron mis jefes, y que me negué a cumplir, fue acabar con Boris Berezovski. Ofrecí una rueda de prensa para que todo el mundo supiera lo ocurrido. Desde entonces sé que tengo los día contados. ¿En qué puedo ayudarles?—Como sabe, acabamos de detener a Zakhar Kalashov. ¿Qué información tiene de este individuo?—Es uno de los principales. Aunque nació en Georgia, tiene pasaporte ruso y ha hecho importantes servicios para el GRU [el Servicio de Información del Ejército], lo que le hace tener muy buenas relaciones con — el Kremlin. Entre otras misiones, le encomendaron el envío clandestino de armas a los kurdos como forma de presionar a Turquía. Pero hizo más cosas. En 1998 fue el intermediario utilizado por mi Gobierno para liberar a un grupo de rusos que había sido secuestrado en Chechenia. Aseguraba que actuaba en representación del GRU...—Pero él seguía teniendo mucha influencia en su país.—Sí, a través de Vadri Patarkashvili, que era candidato a la presidencia de Georgia y hombre de confianza de Boris Berezovski. Patarkashvili, que se hizocon la empresa Sibneft [en la que también participaban Román Abra- movich, actual presidente del Chelsea, y el propio Berezovski], contrató a Kalashov como asesino a sueldo. Sibneft forma ahora parte de Gazprom.«Litvinenko nos sirvió, sobre todo, para situar a cada persona en el lugar que de verdad le correspondía en el crimen organizado —sostiene otro de los asistentes al encuentro con el ex espía—. No aportó muchos datos concretos que ayudasen en las investigaciones que estaban en mar­cha, pero sí nos fue muy útil para tener una visión más global de la delincuencia rusa. Supimos hasta qué punto la Administración de ese país podía estar contaminada e infiltrada por la mafia. Comprobamos que esas cosas que nos contaba gente de un nivel mucho más bajo superaban con creces todo lo imaginable».El ex espía ruso se movía por el Reino Unido con una identidad falsa que se camuflaba tras las iniciales Z. I. Pesaba sobre él una orden interna­cional de busca y captura, según el requerimiento tramitado por Interpol, pero lo cierto es que estaba bajo la protección de Gran Bretaña que, muy probablemente, también quería sacar tajada en forma de información. Además, Berezovski, el multimillonario empresario que había acogido a Litvinenko, a quien hizo su jefe de seguridad, tenía buenos contactos con el poder político y económico británico, lo que le permitía disfrutar de algunos privilegios. No en vano fue uno de los protegidos hasta el final del mandato del presidente Boris Yeltsin. Era en ese momento, a finales de los años noventa, la cara pública de los poderosos oligarcas rusos y fue además la persona que presentó al presidente al antiguo espía e incipiente político petersburgués Vladimir Putin durante una reunión celebrada en Davos en 1998.—Durante años perseguí a Tariel Oniani —el capo huido de Barce­lona—; obtuve mucha información sobre él, sobre sus crímenes, y reuní los suficientes datos para meterlo entre rejas. Llegué a arrestarlo, pero mi jefe en el FSB me ordenó que le pusiera en libertad.—¿Qué explicación le dieron para hacer algo así? ¿Quién protegía a Oniani?— Muchos de mis jefes, entre ellos el máximo responsable del FSB en Moscú, también el jefe de Policía ruso... Oniani estaba muy bien relacio­nado con todo el grupo que da cobertura a Yuri Luzhkov, el alcalde de Moscú, que es uno de los personajes clave dentro del crimen organizado tuso.—¿Puede facilitar el nombre de más políticos que según usted perte­necen a la mafia rusa?—Kokholkov, que era uno de los más altos cargos del FSB, encubría il tráfico de heroína desde Afganistán que organizaba el grupo de Vladimir Putin, del que también formaban parte el oligarca Michael Tcherney v los jefes mafiosos Vyacheslav Ivankov, alias japonesito, Salim Abduvalihev y Gafur Rahimov.Litvinenko continuó dando más nombres, alguno de ellos relacionado con el del magnate Román Abramovich a raíz del multimillonario fraude, del Banco de Nueva York, en el que el dinero del Fondo Monetario Internacional que debía destinarse a ayudas a Rusia acabó en manos de la mafia. Igualmente, el antiguo espía dio cuenta de otra reunión celebrada alrededor del año 2000 entre Boris Yeltsin, su hija Tatiana y Berezovski, por una parte, y Putin, un alto cargo del servicio secreto y dos oligarcas por otra. En esos momentos ya se adivinaba la caída del entonces presidente y comenzaba a ser inevitable el ascenso de los hombres del FSB al poder. Sin embargo, había que vencer las reticencias del primero a dejar su cargo y para eso lo mejor era lograr un acuerdo beneficioso para todos.Durante ese «cónclave» Putin expuso que tanto el FSB como los «ministerios de fuerza» (Interior, Defensa y Justicia) se comprometían a ¡espetar el patrimonio de la familia Yeltsin y a no «levantar las alfom­bras» si este abandonaba el poder sin oponer resistencia. Los Yeltsin no lardaron en acceder a la petición, ya que a esas alturas —y antes en buena medida también— estaban más interesados en el dinero que en cualquier Otra cosa, incluido el futuro de su país. Para que no faltara detalle, Alexis II, el Patriarca de Moscú, fue quien avaló el pacto. Meses después, en otra entrevista con nuestros agentes, un coronel del FSB ratificaría punto por punto la versión de Litvinenko. Además, este había expuesto su teoría de que las autoridades rusas, en particular los servicios secretos, utilizan para sus intereses políticos y económicos a las organizaciones criminales, dándose el caso en San Petersburgo de haber creado alguna de ellas.Idéntica tesis a la que sostendría poco después Monastyrski.—Bien, todo esto es muy interesante, ¿pero estaría dispuesto a contar lo mismo en una declaración ante el juez español que investiga el caso?—Sí, por supuesto, seguro que podremos pactar las condiciones.—Y estas cosas, ¿las sabe por conocimiento directo o porque alguien se las ha contado?—Lo he vivido en primera persona, he estado allí muchos años y sé muy bien lo que pasaba.—Tendrá noticias nuestras. Un apretón de manos acabó con la conversación, que en los primeros minutos había sido muy tensa para luego ir relajándose algo, aunque sin llegar a ser cordial. Tras el regreso de los agentes a España, el juez de la Audiencia Nacional Fernando Andreu fue informado de los detalles de la entrevista. Sopesada la situación, y de acuerdo con la Fiscalía Anticorrup-ción, se decidió que se le tomaría formalmente declaración como testigo protegido en noviembre. No en vano, podía dar datos relevantes sobre individuos como Kalashov u Oniani, ya imputados en España, y de otros sobre los que había investigaciones en marcha. El Polonio 210 y los servicios secretos rusos truncaron esa posibilidad.

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